lunes, 14 de enero de 2008

Algunos apuntes sobre el sentido de la Filosofía y de la Historia...

Pensamos sobre el estado de la filosofía en la actualidad. La historia de la filosofía ha sido, en efecto, como cualquier otra historia, una historia contada por hombres, que necesitaron narrarse unos a otros lo que les había “sucedido”. Cuando un hombre le cuenta a otro algo que despierta su atención, inevitablemente ya se está produciendo algo extraordinario. Mas cuando aquél, ese que escucha, retiene aquello que le está siendo contado, y, es más, siente la necesidad de contarlo a otro, eso que se cuenta comienza a ser de alguna manera necesario (ya que comienza a ser de interés no sólo para uno, para un hombre, sino para muchos), pues se lo cuentan los unos a los otros con atención e interés. Esto puede ser, por ejemplo, porque ese contar es de cierta manera una expresión vital de sus vidas, necesaria, o útil, en el sentido menos preciso del término.

Pensemos que el hombre se ha ido contando cosas a lo largo de la historia, dentro de un tiempo cerrado y abierto al mismo tiempo: cerrado como producción instantánea y abierto como encaminado hacia el futuro. Es un hecho que el hombre ha necesitado de la historia de su pasado para vivir en el presente, y que cuando ese presente ha suscitado sentimientos de insatisfacción, se ha recurrido a las historias del pasado o a otras historias de los pueblos vecinos, con el fin de reconducir a su propio pueblo a una situación más favorable (también a historias del futuro, como lo hacen los americanos con sus profecías de la desaparición de la raza humana sobre la tierra).
Se recurre a espacios pensados, sean éstos del presente, del pasado, u orientados al futuro -tanto propios como ajenos- , porque éstos garantizan o albergan la posibilidad de una solución de discurso continuo en lo irresoluto, Son una promesa, algo en lo que se confía de pleno sin más.

¿Qué es lo que le sucede al hombre en la actualidad? ¿Qué le interesa contar a otros? El hombre moderno está cansado de los cuentos – y algo cansado de los mitos- y presume de haber conseguido una desmitologización de los mismos. Este hombre ha sido espectador de sistemáticos proyectos para la manipulación de fenómenos (razón ilustrada y revolución industrial), y ahora está sobrecogido por una romántica patología como consecuencia de la decadencia de las “comprensiones” y de las concepciones del mundo (del alemán Lebenswelt) omniabarcadoras. Aquí cabe la siguiente pregunta: ¿es por esto por lo que el hombre se aburre de los discursos cíclicos “atemporales” (“atemporales” por la sostenibilidad de su discurso durante siglos y siglos) de las grandes religiones de Occidente?

Si se ha pensado todo lo posible de la forma más exhaustiva posible, y pese a esto se han agotado todos los sistemas de pensamiento y todas las “fés”, el hombre se ha quedado a la deriva. ¿Puede salvarnos la filosofía, cuando la religión lo dejara de hacer? Si pudiera hacerlo, al menos ella exclusivamente (sin ayuda de la religión), sería pertinente buscar una solución desde la filosofía y su garantía de omnicomprensividad del mundo (de la naturaleza y del hombre).
Cabe, aquí, situar al hombre moderno entre dos tendencias: escéptica, porque se siente sujeto de una desconfianza basada en firmes fundamentos (lo que no tiene porqué ser así), y racional, porque tradicionalmente ha interiorizado como costumbre el aportar un entramado a lo que de por sí viene como una demanda del instante, instantánea. Pero como no puede volver a surgir un “escepticismo griego”, comprometido e implicado al máximo con una ontología y una actitud “con” el mundo (con la naturaleza y con el hombre), preferimos que el hombre adopte una actitud racional (que aboge por un discurso racional y omniabarcador) ante la realidad del mundo, antes que una escéptica (porque es fácil ser escéptico y no implicarse con la realidad de las cosas hoy en día). Podría tratarse de una racionalidad cautelar, como la de Descartes, pero sin dogmas ni intervenciones divinas (por qué no).

El hombre ha necesitado, a lo largo de la historia, el servirse de una complexión del mundo para comprenderlo.
La Historia del Mundo ha sido, y es, la unción de los numerosos avatares que le han sobrevenido al hombre a lo largo del tiempo. Es casi absurdo pensar que en esa historia está recogido todo lo sucedido, por lo que consideramos que puede darse otra actitud complementadora de esa “racionalidad cautelar sin intervención divina”: el saber, ser consciente, de que organizar un entramado de circunstancias es siempre un “sacrificio de lo inservible” en pos de una causa justa: comprender el mundo y poder habitar en él (como decía el bardo contemporáneo del lenguaje Heidegger). El medio está más que justificado por el fin.

Añado esta última idea para ir aún más lejos: como necesitamos atar al yugo fenómenos que, al modo de bestias indomables, amenazan con la pauperización de la “esencia” (la razón del ser de las cosas) y, con ello, la Historia queda amenazada a reducirse a meras exigencias momentáneas, meras contingencias sin ligazón, planteamos como presupuesto la necesidad de un adiestramiento de esta “racionalidad cautelar sin dioses” de acuerdo a un sentido común innato o segundo instinto de conservación de la especie humana. ¿Cuál podría ser esta tercera naturaleza humana?

Al ser inevitable asumir esta condición intencional de la razón hacia una búsqueda de unificación o sistematización fenoménica, llevamos el proceso a través del que operamos en esta salvaguardia de nuestra esencia a otro plano de abstracción más allá, a saber, realizamos la misma operación para todos aquellos relatos que con éxito han adiestrado ya antes una multiplicidad de fenómenos. El resultado es la regla de unión entre metarelatos como proyecto necesario de la razón por venir, es decir, la unión de la coyuntura entre espacios posibles -cerrados o abiertos-. Esta unión de grandes relatos es, una vez más, una solución de continuidad de estaa razón omniabarcadora -como “comprensión de comprensiones”-. Ella – esta razón- vuelve a crear y fundamentar (y con ello también de nuevo a legitimar su discurso racional) sistemáticamente la unción de los sistemas que han dado cuenta de la realidad del mundo de los hombres a través de la historia.

La razón cumple su misión, la de comprender la Historia, y la Historia no puede “librarse” de ella. También la Filosofía ha querido huir en ocasiones de sus garras (las de la Razón), y sin éxito. ¿Quizás sea porque la Filosofía no puede sobrevivir en el tiempo sin los sistemas de pensamiento? (y qué lástima, que los mejores sistemas hayan sido los de los filósofos racionalistas…)

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